Erdogan o la irresponsable concentración de poder en una sola persona

Colaboración con Sebastían Palacios

“Las elecciones constantes son esenciales en los sistemas democráticos, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer en el poder durante largo tiempo a un mismo ciudadano.”

Simón Bolívar

Recep Tayyip Erdogan nació el 26 de febrero de 1954 en una familia pobre, musulmana y conservadora. Fue criado en un barrio marginado de Estambul, la ciudad más grande de Turquía. Cuando era adolescente, Erdogan vendía botellas de agua a los conductores atrapados en el tráfico y trabajaba como vendedor ambulante de pan. Más tarde, jugó al fútbol semiprofesional y el gran club del Fenerbahçe lo quería, pero su padre se opuso a que esto sucediera por temor a que pudiera influir negativamente en él.

Erdogan asistió a escuelas musulmanas donde pudo mostrar sus habilidades de oratoria y, debido a que era especialmente bueno en su conocimiento del Corán, sus compañeros de clase lo llamaban “El Maestro”. Ganó el primer lugar en un concurso de lectura de poesía organizado por la Comunidad de Pintores Técnicos Turcos. Este evento fue “un episodio clave que le dio valor para hablar frente a las masas”.

En 1976, Recep Erdogan se involucró en la política al unirse a la Unión Nacional de Estudiantes Turcos, un grupo de acción anticomunista. En el mismo año, pasó a formar parte del Partido Islámico de Salvación Nacional (MSP), que promovía el nacionalismo turco con fuertes motivos religiosos. Allí escaló posiciones en distritos ubicados en Estambul, la ciudad más grande de Turquía con sus 15 millones de habitantes. Finalmente, Erdogan alcanzó los puestos más altos y se convirtió en alcalde de Estambul entre 1994 y 1998.

Durante este período, Erdogan fue muy eficiente en el cargo. El problema de escasez de agua de la ciudad se resolvió colocando cientos de kilómetros de nuevas tuberías; el problema de la basura se resolvió con el establecimiento de muchas instalaciones de reciclaje; la contaminación del aire se redujo mediante el cambio a gas natural y los autobuses públicos se volvieron ecológicos. Los atascos de tráfico y transporte de la ciudad se redujeron con más de medio centenar de puentes, viaductos y carreteras. Al mismo tiempo, se redujo una parte importante de la deuda de la ciudad.

Mientras se desempeñaba como alcalde de Estambul, Erdogan fue arrestado en 1998 por recitar un poema de una obra escrita por Ziya Gökalp, un activista de principios del siglo XX. Su recitación incluyó versos traducidos como “Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados…”, que no están en la versión original del poema. Según el código penal turco, esto se consideraba una incitación a la violencia y al odio religioso. Erdogan recibió una sentencia de prisión de cuatro meses y se vio obligado a renunciar a su cargo político.

Como respuesta, Erdogan fundó en 2001 el Partido Justicia y Desarrollo (AKP). Se dio cuenta de que un partido estrictamente islámico nunca sería aceptado como partido gobernante por las estructuras estatales y no sería lo suficientemente popular. En cambio, el AKP se colocó enfáticamente como un amplio partido conservador democrático con sangre fresca, respetando las normas y valores islámicos, pero sin un programa religioso explícito. Esto resultó ser un éxito ya que el nuevo partido obtuvo el 34% de los votos en las elecciones generales de 2002 y Erdogan se convirtió en primer ministro en marzo de 2003.

Como consecuencia de eso, el “establecimiento” secular que gobernó Turquía desde la década de 1920 se debilitó fuertemente. En cambio, los valores islámicos se volvieron más importantes y Erdogan contó con el apoyo de los conservadores del interior que se sentían aislados por la élite que desde Estambul gobernaba la República Turca. Revocó la prohibición de la República sobre la educación y la vestimenta islámica, e impulsó una política económica populista de altos aumentos en el salario mínimo y tasas de interés bajas a pesar de la alta inflación. El resultado no fue malo con un crecimiento promedio del PIB del 3.6% desde 2002 hasta 2012.

Erdogan ha estado presionando por una política exterior expansionista que busca emular la antigua fuerza del Imperio Otomano. Con respecto a la glorificación del pasado otomano, Erdogan pronunció un discurso en 2020 diciendo: “En nuestra civilización, la conquista no es ocupación ni saqueo. Es establecer el dominio de la justicia que Alá ordenó en la región. En primer lugar, nuestra nación eliminó la opresión de las áreas que conquistó. Estableció la justicia. Es por eso que nuestra civilización es de conquista. Turquía tomará lo que le corresponde en el Mar Mediterráneo, en el Mar Egeo y en el Mar Negro”.

Turquía forma parte de la OTAN desde 1952 y Erdogan busca que la Unión Europea (UE) acepte a su país como nuevo miembro. Sin embargo, su gobierno ha sido criticado por volverse muy autoritario, ya que miles de periodistas han sido encarcelados; muchas reformas han transformado el sistema político de parlamentario a presidencial; el poder legislativo y judicial ha sido disminuido y ya no puede limitar los excesos del Presidente; y su retórica contra las minorías kurda, armenia y LGBT se ha endurecido.

Después de sufrir un intento de golpe de estado en 2016 por parte de grupos islámicos rivales, Erdogan aumentó las leyes de “estado de emergencia” y realizó muchas purgas entre burócratas y militares. Además, su posición política sufrió un revés tras el terremoto de febrero de 2023, que mató a unas 50.000 personas y reveló la enorme corrupción en la construcción de edificios durante su gobierno.

Sin embargo, a 20 años de distancia, Erdogan sigue siendo muy popular y parece que ganará la segunda vuelta que le permitirá seguir gobernando su país. El caso de Turquía nos recuerda con firmeza las enormes desventajas y riesgos de concentrar el poder político en una sola persona. 

Cuando todo el poder está en manos de una sola persona, existe un alto riesgo de la consolidación de un gobierno autoritario o incluso dictatorial. Esto eventualmente limita la participación ciudadana, restringe las libertades individuales y conduce a violaciones de los derechos humanos. 

La concentración del poder socava los mecanismos de control y equilibrio que son esenciales para un sistema democrático. La separación de poderes, como la división entre el ejecutivo, legislativo y judicial, se vuelve inexistente, lo que lleva a la falta de rendición de cuentas y a la enorme posibilidad de decisiones arbitrarias que afectan a la población en general para beneficiar a un grupo minoritario. 

La concentración del poder en una sola persona proporciona una mayor oportunidad para la corrupción y el nepotismo. Sin la supervisión adecuada y la existencia de contrapesos, se facilita el enriquecimiento ilícito y la utilización de los recursos públicos en beneficio personal o de círculos cercanos al líder. Por otro lado, las opiniones y perspectivas diferentes a las del líder máximo son generalmente suprimidas o ignoradas. Esto lleva a la exclusión de voces disidentes y limita la capacidad de la sociedad para debatir y tomar decisiones informadas. 

Finalmente, la concentración del poder en una sola persona puede llevar a la inestabilidad política y a la incertidumbre en casos de sucesión. La falta de un proceso claro y transparente para la transición de poder puede generar conflictos internos, luchas de poder y situaciones de inseguridad política. Recordemos que la democracia no es un sistema perfecto, ni garantiza que nos gobierne la mejor gente, pero sí garantiza que la mala gente tenga que dejar el poder más temprano que tarde. En México no podemos permitirnos perder nuestra democracia, por imperfecta que sea.



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